domingo, 22 de noviembre de 2009

ELENA GUTIERREZ / TEXTO DESCRIPTIVO / EL RITUAL DE LA JALEA

Hace apenas dos horas habíamos devorado el almuerzo de domingo. Este dato no impedía que la mayoría nos encontráramos en el comedor, el sol del final de la tarde derramándose sobre el mantel de cuadros y flores. Era el ritual de la jalea. Había un tarro gigantesco, uno de esos galones de la dos pinos, que ya no tenía helado pero estaba relleno hasta el tope de ambrosia viscosa. La mantequilla y el pan de tobella servían de acompañantes.
- 10 cases, 20 guayabas y ya está
A mi abuelita se le olvidaba mencionar un ingrediente esencial: azúcar en enormes cantidades.
– Esta es la consistencia exacta
Mi abuela sostenía un cuchillo a contra luz y de este guindaba una chorcha de la sustancia sagrada.
–Vean el color–
La sustancia irradiaba dulzura camuflada entre el rojo rubí transparente y los pedazos de guayaba.
–Este color a mi me enamora, velo al sol.
–Esto con helados hmmm…
Pero los helados se hubieran derretido (opino yo) por el calor de las miles de manos que golpeaban unas con otras partiendo el pan, poniéndole mantequilla y (mi parte favorita) hundiendo una cucharita metálica en la baba sagrada. De ahí se extraía, con un poco de dificultad (“el punto” de la jalea estaba un poquito pasado y esta se mostraba más solidificada de lo normal) esa viscosa sustancia que contenía todo el amor de la abuela concentrado y mezclado con el olor de la finca, las temporadas perdidas y las cenizas de la caña.
Era una empresa vigorosa y los rayos de sol le daban a una acción cotidiana cierto aire de misticismo. Se iban acabando el pan y las galletas de soda. Cada vez habían menos manos, algunas cedían por falta de material de trabajo y otras por remordimiento (la dieta de la semana no había logrado superar el domingo).
–Que deliciosa sabría con queso Turrialba
El deseo no duró ni dos segundos para hacerse realidad. Alguna mano había corrido a la refri para rescatar el queso blanco del olvido. Las manos arrepentidas regresaron para probar el nuevo amante de la jalea sagrada.
Justo entonces cruzaba el comedor algún mortal, ignorante del ritual (¡pobre!), que iba encaminado por un vaso de agua a la cocina.
–¡¿¡¿Siguen comiendo?!?!
–No … no… para nada. Solo estamos probando.

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